miércoles, agosto 08, 2007

Los 7 dones de la vejez


Existen siete razones sólidas y convincentes para demostrar que es deseable la ancianidad Y de hecho la están anhelando todos, aunque sin darse cabal cuenta.

1. Jubilación. En castellano «jubilación» deriva de la voz «júbilo»: alegría. Suena en la existencia la campana del Angelus que pone fin a tantos años de labores económicas; aparece en el cielo la primera estrella que señala el término de los afanes esclavos. ¡He aquí la hora de la libertad!Y si los jóvenes arden por ya ser libres, deben saber que están apeteciendo librarse del horario, por tanto desean, sin formulárselo, arribar a la jubilación, ser viejos; pues sólo entonces lograrán mayor libertad.

2. Realización personal. No siempre el oficio que se ha venido desempeñando era del agrado; mientras que la auténtica vocación fue inhibida. Quizás el médico clínico prefería la investigación histórica; o el abogado el trabajo al aire libre de una granja; o la cajera del banco tocar el violín.Para la mujer de hogar, una especie de jubilación ocurre cuando los hijos se han casado, o ya trabajan, o ingresan a la universidad. Y será entonces cuando ella tal vez decida establecer un negocio, o acaso entrar en la política, o cursar la carrera con la que siempre soñó.El trabajo para conseguir el pan y cuidar de la familia ha cesado. Va a ser el momento de realizar al cabo los más bellos planes. Debe pensarse la vejez como el fin de semana, el asueto. La ancianidad es el sábado y el domingo de la vida, para lo cual solemos forjar previamente los proyectos.

3. Logro de las ambiciones juveniles El cadete que aspira a las barras de sargento, ascender a coronel y por fin a general, no ha de ver su pretensión saciada hasta que sea antañón. O el escritor que suspira por la gloria, acaso llegue a merecer el premio Nobel, mas irá a Suecia cuando ya ande muy lejos de la mocedad. Todos en la juventud hemos clavado nuestras ambiciones allá, en la cumbre nevada de la vida, en nuestra ancianidad. La metas se alcanzan hasta el atardecer. Y si todos aspiramos al logro de nuestros objetivos, estamos ansiando implícitamente la edad que nos ofrendará su cumplimiento.

4. Dominio de las pasiones. Las pasiones menoscaban el libre albedrío. Anidan en nosotros desde la infancia y no nos abandonan nunca: la vejez no está exenta de ellas. Pero en la primaveral juventud las afecciones nos traían y llevaban a su antojo, éramos víctimas de esos impulsos que nos indujeron a cometer mil desatinos, de los cuales tal vez habremos de pagar de por vida las crueles consecuencias.En cambio, al establecernos en nuestro otoño, aunque las pasiones sigan allí, tumultuosas y delirantes, son ahora como fieras encerradas en barrotes y poseemos la llave de la jaula. Esto es, se hallan sometidas a nuestro mando. Ya no, sin la aquiescencia de la voluntad, nos ataca impetuosa e inoportuna, la cólera; sino que le damos rienda suelta sólo cuando juzgamos que hay algo digno de levantar enérgica protesta.¿Por qué temer a la ancianidad? Lo temible es la juventud con sus errores pasionales de largas y dolorosas consecuencias que no sólo afectan a quien cometió la equivocación: también laceran a inocentes.

5. Experiencia, técnica profesional y arte de vivir. ¿Quién no aspira a ser un experto? Es obvio que la experiencia no se adquiere con los libros, ya que requiere dos cosas: haber cruzado muchos lustros del camino y haber reflexionado inteligentemente sobre cada uno de los acaeceres de la prolongada ruta.Sólo el homo viator de larga caminata adquiere el gran saber. Experiencia es distinguir el bien del mal en cada caso; haber aprendido las causas de los aciertos y éxitos existenciales y también las causas de los daños y desastres. Tal sabiduría no le es dada todavía al efebo, al novato de la vida.El joven, aunque posea preclara inteligencia, es un turista que acaba de llegar a la laberíntica ciudad de la existencia y, desorientado, se mete en callejones sin salida; o corre impetuoso en sentido contrario a donde debe ir; o choca y se hiere contra los árboles, contra los muros, o atropella en su carrera vehemente a quien se atraviesa por su camino. «Más sabe el diablo por viejo que por diablo».Cierto que Fausto demandó en su vejez permutar el cuerpo decrépito por uno de radiante juventud; pero de ninguna manera solicitó que también se le trocara su alma vieja y sabia por una inexperta.

6. Desapego del propio cuerpo. Además, directamente contra la angustia del deterioro corporal, la vejez ofrece una dádiva que funge como antídoto. Acontece en los grandevos un fenómeno psíquico extraordinario y providente. Ocurre al menos en quienes no se quedaron rezagados mentalmente en otra edad y viven su etapa cumbre con autenticidad. Tal modificación consiste en que esos seres maduros dejan poco a poco de identificar su yo con su cuerpo.Un día encuentran que su cuerpo es nada más «su» cuerpo, su propiedad. Sólo su pertenencia, desde luego la más íntima y amada, pero que no se le confunde con el yo, que se le distingue del ego como tal. Los mayores ya no son su cuerpo, son su alma.La ancianidad tiene el remedio de sus males físicos: los sentirá como ajenos. Así podrá uno conservar la serenidad e incluso la alegría, aunque no se le oculten los daños, pues los contempla desde el alto puente como las turbulencias del río, sin ser arrastrado por sus aguas.

7. Mística. En los años grandes se siguen contemplando con placer las cosas terrenales; mas como quien disfruta de la vista del valle vislumbrándolo hacia abajo desde la cima alpinista de la montaña, sin mezclarse con su prosaísmo y sus ímprobos afanes. Llega el ocaso de la vida. En el crepúsculo los objetos del mundo pierden interés al irse desdibujando sus contornos y tintes en la sombra. Opuestamente, en la altura contrasta con su luz el firmamento que se enciende en mágicos colores y aparecen las estrellas que no se habían advertido durante la jornada diurna. En el místico atardecer de la vida la mirada se extravía hacia el más excelso de los misterios: se descubre a Dios.