miércoles, agosto 29, 2007

Hermano, ¡te quiero!


Luz del Carmen Abascal Olascoaga

¡No me pegues!, te voy a acusar con mamá.
Ay sí, mami, mami… ¡llorón!
¡Mamaaaaaaá!
Típica pelea de hermanos. Dentro de casa, el hermano mayor suele molestar al menor, ¡pero que a nadie más se le ocurra tocar al hermano pequeño, que nadie se atreva a burlarse de él! Cierto instinto de conservación, esa unidad fraternal innata, quizá un extraño tipo de “amor apache” donde, si te quiero, te lo demuestro “a golpes”… pero sólo yo tengo permiso de golpearte, y nadie más.
Por su parte, el menor suele abusar de su posición de “pequeño” y emplea el chantaje. “¡Mamaíta, mi hermano me está molestando!”. Y, usualmente, el regañado es el mayor quien, a su vez, aprovecha cualquier oportunidad para fastidiar al “acusica” de su hermano. ¿Te suena conocido?
Tener hermanos no es fácil. Desde el nacimiento del segundo hijo, el primogénito se siente desplazado. De esta forma, en sus primeros años, los hermanos compiten por el cariño de sus padres, pero si estos logran hacerlos sentir amados por igual, con un lugar particular y exclusivo, entonces la unidad familiar se hará posible y el amor fraternal será una realidad.
Pero ¿qué es ser hermano?, ¿cuál es la función fraternal? Un hermano es el mejor amigo, es aquel que está con nosotros en las buenas y en las malas, es aquel que nos molesta medio en broma medio en serio y que nos hace pasar unas rabietas inolvidables. Un hermano es el que nos da un coscorrón al mismo tiempo que nos protege de los golpes de los demás, es el que comparte tus risas y tus lágrimas, el que te hace fuerte en los momentos difíciles, el que te escucha por vigésima vez sin desesperarse. Un hermano es el que no teme hablarte con absoluta sinceridad por temor a lastimarte, es aquel que nunca buscará hacerte un daño y siempre procurará hacerte un bien, aunque se equivoque una y otra vez. Un hermano es capaz de leerte la mente, de educarte y de ser educado por ti.
Cuando tus padres no estén, tus hermanos serán el único apoyo que tengas en el mundo, los únicos amigos, los únicos que te amen con un amor desinteresado. ¡Qué importante es, pues, cultivar las relaciones fraternales! ¡Qué importante que los padres comprendan su misión de fomentar una unidad familiar más allá de ellos mismos! ¡Qué importante que los padres no tengan favoritos y que eviten los celos y las envidias, tan naturales de los primeros años! ¡Educación, educación, eres la base del amor!
Cuando yo era pequeña, mi hermana mayor, Rosy, que me lleva 13 años, hacía las veces de mi “segunda mamita”. Más que hermana, era como una madre para mí. Mi hermano Rodrigo me lleva 10 años y, quizá por el inmenso abismo que a esas edades representa tanta diferencia, y quizá también por el inmenso parecido entre él y yo, solíamos llevarnos como perros y gatos. Le encantaba molestarme y yo siempre lo detesté. No lo odiaba, claro que no, pero definitivamente no era mi hermano favorito. Casi no convivía con él, y cuando lo hacía, simplemente me fastidiaba hasta sacarme de mis casillas. Gonzalo me lleva 7 años. Por su carácter tranquilo, teníamos menos conflictos y podría decir que fue mi hermano favorito de la infancia.
Hoy, cuando las brechas de edad se han ido cerrando, y después de haber vivido muchas cosas juntos, cada uno de mis hermanos sigue teniendo un lugar muy especial… Y Rodrigo… bueno, pues digamos que ahora lo molesto yo tanto como él solía molestarme a mí, lo cuál nos ha unido más que nunca y nos ha hecho darnos cuenta de nuestro parecido. Irónico, ¿no es verdad? Como decía antes… “amor apache”.
Cada hermano, pues, juega un rol muy particular en la vida de las personas. Está el protector, el fastidioso, el educador, el compañero… pero cada uno es importante y único. Espero que tú, como yo, puedas decirles: hermano, ¡te quiero!

miércoles, agosto 08, 2007

Los 7 dones de la vejez


Existen siete razones sólidas y convincentes para demostrar que es deseable la ancianidad Y de hecho la están anhelando todos, aunque sin darse cabal cuenta.

1. Jubilación. En castellano «jubilación» deriva de la voz «júbilo»: alegría. Suena en la existencia la campana del Angelus que pone fin a tantos años de labores económicas; aparece en el cielo la primera estrella que señala el término de los afanes esclavos. ¡He aquí la hora de la libertad!Y si los jóvenes arden por ya ser libres, deben saber que están apeteciendo librarse del horario, por tanto desean, sin formulárselo, arribar a la jubilación, ser viejos; pues sólo entonces lograrán mayor libertad.

2. Realización personal. No siempre el oficio que se ha venido desempeñando era del agrado; mientras que la auténtica vocación fue inhibida. Quizás el médico clínico prefería la investigación histórica; o el abogado el trabajo al aire libre de una granja; o la cajera del banco tocar el violín.Para la mujer de hogar, una especie de jubilación ocurre cuando los hijos se han casado, o ya trabajan, o ingresan a la universidad. Y será entonces cuando ella tal vez decida establecer un negocio, o acaso entrar en la política, o cursar la carrera con la que siempre soñó.El trabajo para conseguir el pan y cuidar de la familia ha cesado. Va a ser el momento de realizar al cabo los más bellos planes. Debe pensarse la vejez como el fin de semana, el asueto. La ancianidad es el sábado y el domingo de la vida, para lo cual solemos forjar previamente los proyectos.

3. Logro de las ambiciones juveniles El cadete que aspira a las barras de sargento, ascender a coronel y por fin a general, no ha de ver su pretensión saciada hasta que sea antañón. O el escritor que suspira por la gloria, acaso llegue a merecer el premio Nobel, mas irá a Suecia cuando ya ande muy lejos de la mocedad. Todos en la juventud hemos clavado nuestras ambiciones allá, en la cumbre nevada de la vida, en nuestra ancianidad. La metas se alcanzan hasta el atardecer. Y si todos aspiramos al logro de nuestros objetivos, estamos ansiando implícitamente la edad que nos ofrendará su cumplimiento.

4. Dominio de las pasiones. Las pasiones menoscaban el libre albedrío. Anidan en nosotros desde la infancia y no nos abandonan nunca: la vejez no está exenta de ellas. Pero en la primaveral juventud las afecciones nos traían y llevaban a su antojo, éramos víctimas de esos impulsos que nos indujeron a cometer mil desatinos, de los cuales tal vez habremos de pagar de por vida las crueles consecuencias.En cambio, al establecernos en nuestro otoño, aunque las pasiones sigan allí, tumultuosas y delirantes, son ahora como fieras encerradas en barrotes y poseemos la llave de la jaula. Esto es, se hallan sometidas a nuestro mando. Ya no, sin la aquiescencia de la voluntad, nos ataca impetuosa e inoportuna, la cólera; sino que le damos rienda suelta sólo cuando juzgamos que hay algo digno de levantar enérgica protesta.¿Por qué temer a la ancianidad? Lo temible es la juventud con sus errores pasionales de largas y dolorosas consecuencias que no sólo afectan a quien cometió la equivocación: también laceran a inocentes.

5. Experiencia, técnica profesional y arte de vivir. ¿Quién no aspira a ser un experto? Es obvio que la experiencia no se adquiere con los libros, ya que requiere dos cosas: haber cruzado muchos lustros del camino y haber reflexionado inteligentemente sobre cada uno de los acaeceres de la prolongada ruta.Sólo el homo viator de larga caminata adquiere el gran saber. Experiencia es distinguir el bien del mal en cada caso; haber aprendido las causas de los aciertos y éxitos existenciales y también las causas de los daños y desastres. Tal sabiduría no le es dada todavía al efebo, al novato de la vida.El joven, aunque posea preclara inteligencia, es un turista que acaba de llegar a la laberíntica ciudad de la existencia y, desorientado, se mete en callejones sin salida; o corre impetuoso en sentido contrario a donde debe ir; o choca y se hiere contra los árboles, contra los muros, o atropella en su carrera vehemente a quien se atraviesa por su camino. «Más sabe el diablo por viejo que por diablo».Cierto que Fausto demandó en su vejez permutar el cuerpo decrépito por uno de radiante juventud; pero de ninguna manera solicitó que también se le trocara su alma vieja y sabia por una inexperta.

6. Desapego del propio cuerpo. Además, directamente contra la angustia del deterioro corporal, la vejez ofrece una dádiva que funge como antídoto. Acontece en los grandevos un fenómeno psíquico extraordinario y providente. Ocurre al menos en quienes no se quedaron rezagados mentalmente en otra edad y viven su etapa cumbre con autenticidad. Tal modificación consiste en que esos seres maduros dejan poco a poco de identificar su yo con su cuerpo.Un día encuentran que su cuerpo es nada más «su» cuerpo, su propiedad. Sólo su pertenencia, desde luego la más íntima y amada, pero que no se le confunde con el yo, que se le distingue del ego como tal. Los mayores ya no son su cuerpo, son su alma.La ancianidad tiene el remedio de sus males físicos: los sentirá como ajenos. Así podrá uno conservar la serenidad e incluso la alegría, aunque no se le oculten los daños, pues los contempla desde el alto puente como las turbulencias del río, sin ser arrastrado por sus aguas.

7. Mística. En los años grandes se siguen contemplando con placer las cosas terrenales; mas como quien disfruta de la vista del valle vislumbrándolo hacia abajo desde la cima alpinista de la montaña, sin mezclarse con su prosaísmo y sus ímprobos afanes. Llega el ocaso de la vida. En el crepúsculo los objetos del mundo pierden interés al irse desdibujando sus contornos y tintes en la sombra. Opuestamente, en la altura contrasta con su luz el firmamento que se enciende en mágicos colores y aparecen las estrellas que no se habían advertido durante la jornada diurna. En el místico atardecer de la vida la mirada se extravía hacia el más excelso de los misterios: se descubre a Dios.